Ayer, en un bar asturiano de Chamberí en el que un camerero de aspecto siciliano sirve pimientos gallegos cultivados en Almería, Tom Hagen y yo comentamos a medio camino entre la reivindicación y el propósito de enmienda, que no siempre tenemos las antenas del radar operativas para reconocer, seleccionar, digerir y aprender de todo lo bueno que se hace hoy.
Ahora.
En este momento de la historia.
Lo que hacen los que nacieron cuando nosotros nacimos (o casi) y hacen lo que nosotros no sabemos (o no podemos) hacer.
Nadie duda de que es necesario- de hecho, es imprescindible- conocer la obra de los Beatles, de Robert Johnson o de Johnny Cash pero lo realmente apasionante es vivir de cerca la evolución del talento de Radiohead, Will Oldham o M. Ward.
Es apabullante descubrir la genialidad imperecedera de Proust, Tolstoi o Borges pero, ¿no es especialmente inspirador seguir a Adam Thirwell, a Richard Dawkins o a Jorge Volpi?
Presumimos de conocer las películas de John Ford, de Rosellini y de Lubitsch pero, ¿por qué no sentirse privilegiados por pertenecer a la generación de los P.T.Anderson, Fatih Akim o Charlie Kauffman ?
Asombra descubrir las obras que han dejado para la posteridad Andrea Palladio, Gaudí o Le Corbusier pero, ¿por qué nadie parece sacar pecho por vivir en la era de Frank Gehry, Zaha Hadid o Calatrava?
Está muy bien rendir culto a Samuel Beckett, a Ibsen, a Bertolt Brecht o a cualquier otro, pero si dramaturgos como David Mamet, Juan Mayorga o Suzanne Lebeau van a ser venerados por generaciones futuras, ¿por qué no enorgullecerse de ser sus contempóraneos?
Venga, seamos sinceros: está muy bien tirarse el rollo nostálgico con Moses Malone y el Dr.J, pero todos sabemos que Blake Griffin y Lebron James son mucho mejores...
¿A qué estamos esperando?, ¿a que estén muertos para comprarnos la camiseta retro?
Disfrutémoslos.
Es ahora. Está pasando.
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