sábado, 10 de julio de 2010

El último mago

Me interesan sobremanera las opiniones de John Maynard Keynes.
Y no sólo porque me hacen quedar bien en las tertulias de terraza. Es que realmente creo que el hombre fue un prodigio. En gran parte, claro, por su asombrosa capacidad de asimilación, depuración y creación de teorías socio-económicas; pero lo que realmente me alucina es su vasto y clarividente conocimiento del hombre y del mundo. Del pasado, del presente y del futuro. Su talento era tal que Bertrand Rusell llegó a decir que Keynes era la persona más inteligente que había conocido y que habitualmente se sentía estúpido a su lado.
Bertrand Rusell, ese zote.
Me impresiona tanto la erudición y el talento de Keynes que estoy incluso más interesado en sus pasiones que en su doctrina.
¿Y cuáles eran las pasiones de John Maynard Keynes? La pintura modernista del grupo de Bloomsbury, el Teatro (financió el Teatro de Artes de Cambridge), la literatura y, por encima de todo, Isaac Newton.
Keynes estaba fascinado por los manuscritos de Newton. Hasta el punto que luchó toda su vida por adquirir tantos como fuera posible, para estudiarlos con minuciosidad y deleite. Defendía la idea de que Newton estaba aún más interesado en la Alquimia y la Teología que en las Matemáticas y la Física, y que así lo reflejaban sus escritos, a poco que se profundizara en ellos.
Ciertamente Newton fue un alquimista obsesivo. Desde adolescente desconfiaba de la medicina tradicional y creaba sus propios medicamentos, lo que seguramente explica su caracter neurótico, sus depresiones y sus brotes de paranoia. Aunque quién sabe si fueron sus brebajes mágicos los que llevaron a convertirse en el científico más importante de todos los tiempos.
En cualquier caso, el interés de Newton por la alquimia estaba en sintonía con su empeño de trascender el mecanicismo de observancia estrictamente cartesiana que todo lo reducía a materia y movimiento y llegar a establecer la presencia efectiva de lo espiritual en las operaciones de la naturaleza.
Las obras alquimistas de Newton fueron firmadas bajo el seudónimo de Jeova Sanctus Unus (Jeová único dios), no tanto para ocultar su identidad (la práctica de la alquimia era ilegal en la época) como por sus convicciones arrianistas que le llevaban a creer en un único y compacto Dios Padre, lo suficientemente orgulloso de sí mismo como para evitar desdoblarse en tres (aunque esta última frase es mía, Newton la hubiera firmado justo antes de abofetearme).
Esta creencia llevó al genio a afirmar que la Iglesia Católica era la bestia del Apocalipsis, y tras sesudos cálculos sobre el día del juicio final llegó a la conclusión de que el mundo no se acabará antes de 2060. Teniendo en cuenta que esta predicción viene del mismo tipo que describió la ley de gravitación universal, estableció las bases de la mecánica clásica y desarrolló el cálculo matemático, puedo estar seguro de que si controlo el colesterol llegaré a cumplir los 86.
¿Acaso voy a dudar yo de quien el insigne Lord John Maynard Keynes dijo:
"Isaac Newton no fue el primer hombre de la era de la razón.
Isaac Newton fue el último mago
".

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